Por: Lynda Fernández
Bachiller en derecho por la UNMSM.
Miembro de Iure et Facto.
La reconstrucción histórica de las improntas y desarrollo de la Criminología crítica peruana requiere de una indagación de la perspectiva, contenido y compromiso con el movimiento social de resistencia en el que se desarrollaron diversos intelectuales críticos que, desde diferentes ámbitos del conocimiento, levantaron una propuesta en contra del orden social vigente en determinado momento de la historia peruana.
En esa perspectiva, este proyecto de reconstrucción debe realizar un redescubrimiento de dichos intelectuales desde una visión amplia, pensar a la Criminología –visualizada desde la Sociología del Control Penal– a partir del giro epistémico promovido desde la década de los sesenta en latitudes del norte, para reflexionarla no solo a través de la búsqueda de planteamientos críticos en torno al “delito”, el control del “delincuente” o la aplicación de una “pena” surgidos, producto de la importación y reflexión de prácticas de gobierno y teorías guiadas por raciocinios criminológicos foráneos para la administración del delito en el país; sino también desde el rastreo de ideas que racionalizaron diversas prácticas generadas desde el Estado y la población, que tuvieron como propósito mantener el status quo y cuya racionalidad se encuentra guiada por el proyecto de integración y/o exclusión masificada de individuos al “sueño político[1]” que ha guiado a la sociedad peruana a lo largo de su desarrollo.
La estructura burocrática y colonizadora vigente en el Perú de hoy, las relaciones económicas que forman nuestro día a día, la constitución de movimientos y sujetos históricos que demanden un cambio de orden, nuestro modo de construir relaciones y relacionarnos, nuestras formas de pensar, el propio sentido común, el ideal que propugnamos cuándo se habla de defender a la sociedad; expresan en cada una de sus manifestaciones el sueño político que guía y ha guiado a nuestra sociedad, es por eso que el estudio de estos objetos debe tomarse en cuenta a la hora de rastrear la producción de conocimiento de aquellos intelectuales “pensantes y operantes”, muchas veces segregados, que han formado parte de nuestra tradición crítica.
Recuerdo aquellas palabras con las que el historiador Flores Galindo inicia La tradición autoritaria: violencia y democracia en el Perú, cuando al explicar el propósito del ensayo se pregunta por qué separar las conexiones entre la vida cotidiana y la política de modo segmentario y obviar la posibilidad de encontrar puntos de unión entre las relaciones familiares, los desaparecidos en Ayacucho y las prácticas carcelarias.
En esa idea, el autor pretende desenmarañar toda una red de conexiones e hilvanar la madeja que amalgama, por ejemplo:
- Las prácticas de genocidio estatal durante el periodo de emergencia en la década de los ochenta, el ensañamiento con los cuerpos de la gran cantidad de pobladores campesinos de la sierra sur del país, la estigmatización a todo poblador indígena o estudiante ayacuchano con el mote de “terruco” en la década perdida.
- La muerte masiva a presos políticos en El Frontón, el escenario deplorable y violento de las cárceles peruanas en el periodo entre dictaduras, el desprecio por el “preso” y por todo aquel que cometa un ilegalismo que ha pasado a ser delito.
- Las formas de transmisión intergeneracional del racismo, machismo y el respeto exacerbado por las jerarquías, de madres y padres a hijos e hijas.
A las que podría agregar[2]:
- La persecución masiva de movimientos sociales indígenas y de migrantes campesinos y estudiantes disidentes en la capital peruana que confluyeron en el proceso revolucionario por la toma de tierras, de aquellas que antaño se les había despojado.
- El estigma que se generaba en contra de las barriadas y los “sujetos” que viven en sus entrañas durante los procesos de migración hacia la capital peruana en las décadas de los cincuenta y sesenta. Situación vigente hoy, al hacer referencia a los conos de la ciudad como cantera de delincuentes.
- La persecución policial y prácticas de tortura y muerte contra líderes y militantes de partidos políticos que levantaron una bandera progresista a lo largo de la historia peruana.
- La piel, la forma de los ojos, los soles en el bolsillo y el lugar de procedencia de la gran mayoría de habitantes de las cárceles peruanas, hoy en día.
- La solicitud de mano dura para solucionar los conflictos por parte de la población, el señalamiento hacia ciertos individuos como culpables del acontecer actual y la búsqueda de responsabilidades individuales para achacar culpas, que, en contextos de pandemia, se ha hecho mucho más visible.
Se incorporan estos sucesos puesto que en su desarrollo han expresado el ideal político de la parcela Latinoamericana que representa al Perú, sus rotaciones, sus formas de definir lo que no está conforme a sus reglas sociales y es pasible de ser estigmatizado, perseguido, y muchas veces torturado y aniquilado; valiéndose del poder punitivo para generar parte de este entramado. Pero también de las mismas relaciones políticas, económicas, sociales y culturales que comprendieron el Perú de ayer y que en su dinamicidad, aún se encuentran vigentes en el hoy.
De ahí que el estudio de la crítica criminológica requiera de un abordaje extenso puesto que los ideales de resistencia no solo deben provenir desde propuestas de ruptura con el sistema penal y todas sus prácticas estructurales y subjetivas de violencia. Sino que, además, es necesario estudiar todo síntoma de resistencia individual y colectiva, del movimiento que este genera y los intentos de quiebre que se gestaron en nuestro país, así como descubrir el ideario que los ha configurado.
Tenemos mucho trabajo para el porvenir.
Referencias bibliográficas
Foucault, M. (2012). Vigilar y castigar: nacimiento de la prisión. Buenos Aires: Biblioteca Nueva. Flores Galindo, A. (1999). La tradición autoritaria: Violencia y democracia en el Perú. Lima: SUR. Casa de Estudios del Socialismo-APRODEH. [1] Hago referencia al ideal de “orden” que ha estado y está presente en nuestra sociedad, a las relaciones “invisibles” que configuran su sentido y sobre las que mueven sus engranajes. Este término es utilizado por Foucault en el subcapítulo El panoptismo del texto Vigilar y Castigar: nacimiento de la prisión, en el marco de análisis del tratamiento de la peste a fines del XVIII. Es interesante como de las relaciones que se originaron para contrarrestar la peste en una ciudad francesa, Foucault explica que entre estas se teje la forma compacta de lo que se denomina poder disciplinario. El sueño político de la peste, en términos del autor, –al ser la forma real e imaginaria del desorden– eran las leyes estrictas, los reglamentos que pretendían regular y jerarquizar los más finos detalles de la existencia humana, de asignar a cada individuo su “verdadero” nombre, cuerpo o lugar. En otros términos, dado el contexto social en el que se hegemoniza el poder disciplinar: la decadencia de los estados absolutos, el surgimiento del sistema capitalista, el despojo de los medios de producción de las manos de campesinos europeos, la concentración de estos medios en la clase burguesa, las masivas migraciones a las incipientes ciudades en busca de mejores condiciones de vida, el surgimiento de la clase marginal, el aumento de revueltas, movimientos sociales obreros, los crímenes, la indigencia y vagancia; esto era lo que se definía como desorden y a lo cual la sociedad respondió a través de la integración y exclusión de los individuos al nuevo orden que se gestaba. Durante esos años, estas prácticas se realizaron mediante la aplicación de leyes sanguinarias y el disciplinamiento de los individuos dentro de los talleres, escuelas, hospitales o cárceles a los ideales políticos del incipiente Capitalismo. [2] Esta mención no es exhaustiva, es una primera lectura del proceso, tampoco pretende ser una lista cerrada.
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