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El virus: la continuidad o la ruptura

Por: Cecilia Toro

Abogada por la Universidad de Salta (Argentina).

A las 0,00 del día 20 de marzo el sonido espectral de una sirena, reservado sólo para ocasiones extraordinarias, marcaba el inicio en mi ciudad en particular y en el país en general, de la denominada cuarentena obligatoria o, para ser más técnica, del Aislamiento Social Obligatorio dictado por el gobierno argentino. Ya desde el mes de diciembre, al menos en mi memoria, se sabía de un virus que provocaba síntomas gripales y que cundía en China. Ante su avance desmedido desde un lugar llamado Wuhan, donde en teoría se originó el denominado COVID-19, el gobierno oriental había adoptado medidas similares a las que hasta no hace mucho se veían en las películas de Hollywood. Las ciudades superpobladas de China, aparecían en los noticieros, desiertas. Ese escenario era tan alejado de este lado del planeta que, seguía los acontecimientos, como quien sigue una serie de televisión. Aquí, esas escenas eran simplemente imposibles. La China queda al otro lado del planeta. Muy lejos de aquí, del sur del hemisferio sur.

Sin embargo, olvidaba, en mi autocreada concepción de seguridad, que el siglo XXI es el siglo de la aldea global, resultaba consecuente entonces que se empezaran a reportar casos en Alemania, Francia, Suiza, Holanda, Australia, Japón, Brasil, Colombia. Mi alerta despertó cuando escuché que el primer caso de COVID -19, se había registrado en Argentina. La OMS para entonces ya había declarado la Pandemia. El gobierno argentino, ante tal panorama ordenó una especie de cuarentena optativa, una restricción a las actividades públicas, pero nada que no fuera lo predecible, teniendo en cuenta el panorama global. Las noticias seguían siendo hasta cierto punto esperables, en unos días todo pasaría y volveríamos a la normalidad, pensaba. Todo estaría bien. Contrariamente a mis predicciones optimistas, el virus continuó expandiéndose en mi país, y en los países vecinos. Ante el avance inescrupuloso de la Pandemia, el gobierno argentino, decidió dictar el Aislamiento Social Obligatorio. La única medida probadamente eficaz para ralentizar su avance. China ya no estaba tan lejos. El mismo virus se deposita en distintos cuerpos, sin distinción de continentes, un virus acorde al siglo XXI, un virus globalizado o, un virus global.

Mientras escribo estas líneas, el mundo está en cuarentena, paralizado y en vilo. Las economías de los diferentes países empiezan a resentirse. Los líderes del mundo están en jaque. Los Estados desdibujados en las redes de la globalización han empezado a redefinirse cerrando sus fronteras geográficas al ingreso de los extranjeros (lo que ha provocado también un peligroso rebrote xenofóbico, la xenofobia siempre encuentra una excusa de la que valerse). Por los océanos navegan a la deriva, como las naves de los locos, costosísimos cruceros con personas enfermas de diferentes nacionalidades, incluso hay uno de ellos con personas muertas por el virus a bordo, sin que puerto alguno les permita encallar. Un portaaviones de la armada norteamericana lleva cien marinos infectados y pide auxilio a su gobierno. La ciudad de Nueva York aparece desierta y con un hospital montado en el Central Park. Ante la ausencia de humanos, se han visto ciervos cruzando por las calles de Montreal. Los militares patrullan calles de algunos países sudamericanos. Las morgues en Italia, España, Ecuador, no dan abasto. Hay príncipes y primeros ministros infectados. Las bolsas del mundo caen en picada. No se trata de una película apocalíptica.


A esta altura todos somos especialistas en el COVID -19. Escuchamos de él las 24 horas del día, todos los días. Sabemos y, esto es lo más curioso, que el virus impiadoso se elimina con agua y jabón. Un buen lavado de manos es suficiente para pulverizarlo. Al día de hoy en el planeta, según las cifras oficiales de la OMS, han muerto 42.043 personas y unas 176.908 están curadas. La cantidad de personas muertas casi se iguala a la cantidad de argentinos en tránsito por el exterior en medio de la debacle mundial: 30.000 viajaron después de que el gobierno decidiera el aislamiento social obligatorio y 25.000 se encontraban afuera del país en condiciones de regresar. En Argentina, y se me ocurre en Latinoamérica, la Pandemia está atravesada por un claro componente de clase. Quienes pueden acceder a viajes internacionales y por tanto ser potenciales transmisores de un virus foráneo, en un país marcado por una profunda desigualdad social, (acrecentada por las políticas económicas de la exclusión, con el consecuente desfinanciamiento de la ciencia, la investigación, la educación y la salud pública, la precarización del empleo, la inestabilidad monetaria y la inflación del gobierno del ex Presidente Macri, con un 40% de pobreza y un 8,9 de indigencia a diciembre de 2019) son los que pertenecen de manera abrumadoramente mayoritaria, a las clases acomodadas. Corresponden a esa misma franja social los que incumplen la cuarentena con fiestas privadas, los que obligan a la empleada doméstica a seguir trabajando, abordan sus jets privados dirigiéndose a sus propiedades en lugares relajados estresados por la Pandemia, acopian vinos caros, eluden los controles, infectan a más gente. Los otros, los que no tienen posibilidades de viajar al exterior, los que viven por fuera de la cultura de la imagen de la selfie en una playa paradisiaca, no tienen acceso a servicios básicos esenciales, como el agua potable, el arma letal (junto al jabón) del virus. La desinversión en salud pública es abrumadora. Los sistemas sanitarios se han visto pues desbordados ante el avance del virus, simplemente se han quedado sin respuestas. Sin embargo, el virus, en este lugar del planeta, aunque con un claro componente de clase, ya ha empezado a circular, por contacto directo entre el infectado y contagiado, por este último y un tercero, y así, en efecto dominó, ya no distinguirá clases, podrá afectarnos a todos.

La Pandemia del siglo XXI, en la era de la aldea global, provocará muertos en número ostensiblemente distante de los 50 millones que provocó la peste negra en la Europa del siglo XIV. Sabemos que, según los especialistas y los datos estadísticos relevados, el 80% de los que sean infectados podrán llevar la enfermedad como un resfrío o gripe leve, sin secuelas, un 17% deberá ser hospitalizado y un 3% (constituido mayoritariamente por personas mayores de 60 años y con enfermedades preexistentes que debilitan su sistema inmunitario) probablemente no sobrevivirá. La Pandemia, afirma la OMS, ha sido declarada por la contagiosidad y no por la letalidad del virus, luego, ¿cómo puede poner en vilo a un planeta, y provocar la crisis más profunda de la humanidad contemporánea un virus tan miserable, tan insulso como el COVID 19, un virus que se elimina con agua y jabón?

Es que la aldea global funciona con los engranajes de las economías financieras también globalizadas. El capitalismo ha mutado, y lo ha hecho presentándose muy bien maquillado con su rostro de presentación consumista, exitista, individualista, meritocrático, hedonista. Y en su forma de producción, ha dicho Deleuze con acierto que, en la situación actual, el capitalismo ya no se basa en la producción, relegada con frecuencia a la periferia del tercer mundo. Es un capitalismo de superproducción. Ya no compra materias primas y vende productos terminados: compra productos terminados o monta piezas. Lo que quiere vender son servicios y lo que se quiere comprar son acciones. Es el capitalismo de la especulación financiera. Y los que están afuera de este sistema, simplemente no existen, son los que sobran. Los gobiernos occidentales, mayoritariamente neoliberales, han sostenido hasta el hartazgo, que la salud pública es un gasto, y es un gasto evitable. Que los recortes, para que cierren los números deben también recaer en salud. El que quiera salud, que la pague. Es el lema. Y han obrado en consecuencia. La desinversión en salud pública es abrumadora. Los sistemas sanitarios se han visto pues desbordados ante el avance del virus, simplemente se han quedado sin respuestas. Sin camas ni médicos ni respiradores ni insumos suficientes. Como contracara, la “industria pandémica”, (entiéndase que allí se incluyen a la industria farmacéutica, los laboratorios de fabricación de reactivos para el testeo del virus, de equipamientos hospitalarios, de implementos para protección como mascarillas y guantes de látex, indumentaria para personal sanitario), factura cifras siderales pues, la demanda es planetaria

El vicegobernador de Texas, consecuente con la lógica del mercado, ha sido brutalmente gráfico cuando expresó en un reportaje para Fox News que los ancianos estadounidenses están dispuestos a dar su vida por el sueño americano. La economía, afirmó, no puede paralizarse. En el mismo sentido, el presidente de Brasil, en una entrevista para O Globo sostuvo “¿Van a morir algunos? Van a morir, lo siento. Esta es la vida, esta es la realidad. No podemos detener la fábrica de automóviles porque hay 60,000 muertes de tráfico al año, ¿verdad?” La Pandemia ha desnudado pues la cara más oscura, cruel, impiadosa, del capitalismo contemporáneo.

La muerte nos rondará, sin dudas, y no por el virus. Las consecuencias serán devastadoras: más desempleo, más exclusión, más hambre. Somos espectadores y protagonistas de un hecho que marcará un antes y un después en la humanidad, es vital que así ocurra. Nosotros, parafraseando al poeta, los de entonces, no somos (y no seremos) los mismos. El punto de inflexión es evidentemente infranqueable. Y aquí no hay lugar para el falso dilema de salud o economía pues sin salud no hay economía viable y sin una economía fundada en la solidaridad, en el reconocimiento de los otros como un nosotros, tampoco hay lugar para la salud como Bien. Bien que debe encontrarse, rotundamente, fuera de las leyes del mercado. La salud, es un Bien público. No se compra tampoco se vende, no cotiza en bolsa. Sólo un Estado presente, salvará la salud y también salvará la economía.


Con todo, hay que sincerarse, seguramente vendrán otros virus, y los gobiernos de las potencias occidentales se quedarán sin enemigos visibles a quienes apuntar sus misiles. El consumismo desmedido, el calentamiento global y el cambio climático, la escasez de agua dulce, la contaminación ambiental, el extractivismo descomunal que socava los recursos naturales, propios de esta forma de economía sostenida en el individualismo, son todos indicios de que hasta aquí no hemos estado a la altura de la generosidad del planeta tierra. Estamos todavía a tiempo, un virus que se elimina con agua y jabón nos ha puesto de bruces ante esta evidencia. Sí, estamos a tiempo. Es hora de romper el círculo. Una pandemia nos sitúa en el punto perfecto de continuidad o ruptura. No dejemos que la historia nos devuelva al principio. Es una oportunidad que no podemos dejar ir. Señoras y señores, la moneda está echada.

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